lunes, 27 de febrero de 2017

Biografía de Edward Jan Habich - 15. Epílogo

  • Corría el mes de octubre de 1909 en la capital peruana. Un hombre encanecido por los años estampaba por última vez su firma en el despacho ordinario de la Escuela de Ingenieros. En su rostro se advertían todavía los rasgos polacos pero en sus ojos brillaba la mirada de los nuestros. Se había identificado con nuestras cosas, había acompañado a los peruanos cercanamente en el lento proceso de la reconstrucción nacional. Moría finalmente rodeado de los suyos y rodeado de la estima del Perú porque había entregado a su segunda patria lo mejor de su espíritu, la totalidad de su esfuerzo y la integridad de sus capacidades. Su sello quedó grabado en nuestras cosas porque fue capaz de crear instituciones que perduran en el tiempo como una huella indeleble de su constancia tesonera y de su dedicación al trabajo. La vieja campana de la Escuela de Ingenieros que desde el local ubicado en Espíritu Santo congregaba a los alumnos y les advertía de las horas de entrada a las clases, doblaba hoy acompasadamente. Eduardo Juan de Habich había muerto. Su nombre se borraría pronto de la memoria de las generaciones, pero su obra quedaba ahí como un testigo silente de su trabajo.
  • Militar que supo de heroísmos patrióticos sin el brillo de la victoria, científico creador en campos vírgenes de la matemática y de la física, técnico detalloso que examina cada nuevo aspecto de la realidad para someterla a las exigencias del hombre, organizador que sabe aprovechar las cualidades de cada uno de sus colaboradores y maestro que acierta a ver en el alumno las circunstancias personales, las inquietudes concretas, que corrige sin herir y premia sin orgullecer. Tales podrían ser algunos de los rasgos y jalones fundamentales de la vida de Eduardo Juan de Habich.

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