sábado, 18 de febrero de 2017

Biografía de Edward Jan Habich - 6. Reforma del Cuerpo de Ingenieros del Estado

  • Llevaba ya Habich tres años al contacto con nuestra realidad y era tal la tarea que se le presentaba por hacer que no dudó en renovar su contrato. En los últimos meses de 1872 nombra el Gobierno a Mariano Echegaray, Felipe Arancivia, Eduardo de Habich y Alfredo Weiler para formar una comisión encargada de redactar un nuevo Reglamento del Cuerpo de Ingenieros del Estado. Nos permitimos transcribir parte del informe emitido por los ingenieros porque refleja mucho de la mentalidad de la época y, en concreto, de nuestros primeros ingenieros. “La creación de la Junta Central tiene por objeto asegurar al Gobierno el concurso de un cuerpo competente, para ilustrarlo en sus decisiones y darle a conocer las aptitudes de los que pretenden ingresar al Cuerpo de Ingenieros y Arquitectos, punto en que no se puede tener demasiado esmero porque de él depende toda la eficacia de este cuerpo y al que no se puede atender debidamente, si el consejo que examina los títulos y conocimientos de estos individuos no es compuesto de personas que han hecho estudios profesionales”.
  • Se trata de crear un cuerpo asesor del Gobierno “capaz de proyectar, ejecutar y vigilar las obras públicas de interés general, estudiar el territorio de la República y reconocer sus riquezas minerales” como se especifica en el artículo primero del reglamento del Cuerpo de Ingenieros aprobado por Manuel Pardo el 21 de octubre de 1872.
  • La labor de este organismo y, especialmente, de su Junta Central no era ciertamente secundaria. Había que poner al país en marcha hacia la tecnificación para la mejor explotación de nuestras riquezas en una época en la que la economía del guano había entrado ya en abierta decadencia. Los entonces Ingenieros del Estado, extranjeros en su mayoría, comprendieron que la única manera de hacer producir eficazmente al Perú era estudiar científicamente sus riquezas naturales y planificar racionalmente los sistemas de explotación. Habich se percató tan de lleno de este principio que no se contentó con contribuir a la explotación de los recursos naturales sino que entrevió la urgente necesidad de posibilitar también el desarrollo de nuestro capital humano.
  • Pasados apenas dos meses de la dación de la ley que aprobaba el Reglamento del Cuerpo de Ingenieros, la Junta Central especifica con perfecta claridad la necesidad de montar un aparato legal que permita el acceso hasta el grado de ingeniero a los jóvenes peruanos más sobresalientes. Por ese tiempo la Escuela de Artes y Oficios de Lima, que había dirigido Manuel de Mendiburu y que luego reconstruyera Pedro E. Paulet, preparaba a los alumnos en un conjunto de habilidades mecánicas más apto para secundar que para dirigir las obras de ingeniería.
  • Dentro del Cuerpo de Ingenieros había diversas clases y grados: ingenieros, arquitectos y ayudantes. Pero hasta entonces estaba vedado el camino a los grados de ingeniero y arquitecto para aquellos que no hubiesen realizado estudios profesionales. El Perú no contaba con una Escuela de Ingenieros, por lo que los peruanos se veían reducidos a la tarea de ayudantes de los extranjeros. La Junta Central propone pues que “no debiendo ponerse en el caso de que un joven quede eternamente en clase de ayudante, es necesario obligarlo, por decirlo así, a que avance en la carrera, para que al cabo de un corto número de años pueda el Perú contar con bastantes Ingenieros peruanos, que puedan prestar servicios útiles tanto al gobierno como a las Municipalidades y aun a los particulares”. En vista de este criterio se recomienda que los ayudantes de primera clase, después de dos años de un servicio irreprochable para el Estado, tengan el derecho a optar al título de Ingeniero pasando por diversos exámenes de conocimiento y por muestras de sus capacidades técnicas. El servicio se convertía entonces en una escuela teórica y práctica. De esta manera se solucionaba la falta de una Escuela de Ingenieros.
  • Concluída esta misión, Habich se decide a renovar su contrato que expiraba en octubre de 1872. No creemos que se le presentase la tentación del regreso a Europa ni de hacer caso a otras ofertas de parte de Gobiernos Latinoamericanos porque estaba tan identificado con el Perú y tan percatado de sus necesidades y de la inmensa tarea que podía desarrollar que no era necesario convencerlo para que permaneciera en el país. Por otra parte, las gentes que mandaban en el Perú sabían que aquel extranjero no había venido solamente a poner parches a nuestros defectos congénitos y servir friamente a un Gobierno para justificar un sueldo que curiosamente no aumentó en cuarenta años. Habich estudiaba los problemas en su raíz y proponía remedios orientados hacia la fuente originaria de donde provenían. El Perú carecía de técnicos para la mejor explotación de fuentes productivas. Una solución podría haber sido importarlas. Pero para Habich la solución permanente al problema estaba en la gestación de los hombres capaces de crear esas técnicas.
  • Las múltiples comisiones que desempeñaba y que ocupaban su tiempo dentro y fuera de la capital, le obligaban a distraerse de lo que entendía como el problema nerval. En 1872 y 1873 es encargado de recibir el ferrocarril de Ilo a Moquegua que Meiggs terminara y en el que éste no se había ajustado a los términos del contrato celebrado con el Gobierno Peruano. Se encomienda a Habich defender los derechos del Perú y lo hace como si se tratara de su propio país. Emite después diversos informes sobre construcciones de iglesias en Tacna y Arica, sobre los ferrocarriles Juliaca-Cuzco y Chimbote-Huaraz-Recuay, sobre el puente Balta y sobre otro puente en el Rimac.
  • Así iba contribuyendo Habich al proceso de tecnificación del país. A través de los informes podemos advertir muchos de los rasgos de su personalidad y de las ideas directrices de su obrar como profesional. En Europa había conocido las más importantes construcciones y había sido testigo presencial del progreso alcanzado por los pueblos europeos a raíz de la tecnificación. Al llegar al Perú tendrá, pues, como ejemplo al que acude siempre consciente o inconscientemente “lo que se hace en los países más adelantados”.
  • Pero en el Habich peruano no se da solamente la herencia recibida en Europa. Llegó a las costas peruanas lo suficientemente joven como para aceptar aprender de la realidad. Desde su primera misión se había percatado de las dificultades que acechaban a los ingenieros en nuestro medio y que superaban cuantos tropiezos pudiesen tener los técnicos europeos. En el Perú había que domeñar una naturaleza indómita, unos ríos que rompen violentamente sus cauces varias veces al año, un desierto yelmo y reseco capaz de desafiar la constancia de las más férreas voluntades y unos montes que se elevan por sobre los seis mil metros como un puño que reta al tecnicismo mundial. Por eso era necesario aprestarse para la lucha con una naturaleza brava en demasía en donde, además, “faltan los recursos de toda clase”. Algo de ese viejo militarismo dejado en las fronteras polacas le fue necesario para dar respuesta a este nuevo desafío. Porque en el Perú no sólo faltaban los recursos para explotar las riquezas. Dada la ordenación política imperante, hecha de muchos retazos, los escasos recursos explotados habían sido hábilmente orientados por los grupos de poder económico hacia sus propios beneficios. Era pues necesario un notable caudal de conocimientos para modelar la naturaleza según las apetencias del vivir humano, había que estudiar cuidadosamente los proyectos y experimentarlos antes de decidir su ejecución, pero era también necesaria una dosis no menor de integridad personal y de ética profesional para hacer que las obras revirtiesen en bien de la colectividad y no sólo en provecho de unos pocos. De la unión de la ciencia y de la técnica recibidas en Europa al conocimiento experiencial de nuestra realidad natural y humana, sacó Habich esa sabiduría práctica que se tradujo en obras de indudable contribución al progreso del país según los cánones valorativos del momento.

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