jueves, 26 de marzo de 2009

Perú, en medio del pantano, surge la luz

Por Luis Enrique Alvizuri

Lima, marzo del 2009 

*Luis Enrique Alvizuri García-Naranjo (Lima, 1955). Ensayista, comunicador y cantautor. Autor de los ensayos filosóficos Andinia la resurgencia de las naciones andinas Pachacuti el modelo de desarrollo andino entre otros, así como de poemarios y cuentos. Miembro fundador de la Sociedad Internacional de Filosofía Andina, SIFANDINA. luisalvizuri@yahoo.com 
 

Después de cinco siglos de explotación y de intentar negar la existencia de una civilización andina aún viva, actualmente existen razones para pensar que, el nuevo modelo de desarrollo que surgirá en el Perú necesariamente provendrá de esas canteras, sumamente vivas en el imaginario colectivo de la nación. Surge, entonces, una alternativa a los modelos importados que no han podido dar resultado porque nunca contemplaron una realidad total que incluyera al gran pueblo explotado, y que solo consideraba a una mínima clase dominante y a su pequeño séquito de clase media (la República era solo para los “ciudadanos”, pero no para la mayoría que era campesina y provinciana”). Esta fantasía mantenida durante tanto tiempo por la cultura gráfica y los ideólogos formados en las universidades occidentalizadas parece que hoy se enfrenta a su propio destino. 

Un poco de historia peruana

Las naciones no carecen de historia ni de personalidad y el Perú tiene ambas. Esta región de América tiene la contradictoria suerte de ser un medio natural fértil en riquezas lo que, al igual que en muchas otras latitudes, terminó siendo su peor desgracia. Occidente, a través de los españoles, vio en estas tierras una fuente inagotable de oro y privilegios coloniales, y los conquistadores no repararon en pasar por encima de pueblos enteros quienes, laboriosamente, habían construido un mundo diferente al elaborado por la civilización europea, muy exitoso en su vinculación y equilibrio con el medio ambiente.  

Fue a partir de esta conquista que nació lo que primero fue la capital colonial del imperio español, la joya de la corona que le proveyó de generosos aportes económicos. Sin embargo, después de casi tres siglos, los intereses de otras potencias hicieron que el Virreinato del Perú, como así se llamaba, tuviese que atravesar un parto forzoso para convertirse en país independiente. La clase alta colonial peruana, sumamente vinculada a España, era reacia a cualquier cambio, mientras que el resto de la población vivía en una condición que le impedía entender u opinar sobre los hechos políticos mundiales. Finalmente, la invasión de los ejércitos llamados “libertadores” de San Martín y Bolívar (“ejércitos invasores” para quienes serían después los peruanos) fue lo que determinó el nacimiento contranatura del Perú, al cual se le obligó a adoptar una forma de vida para la cual no estaba preparado ni jamás deseó. 

El gran teatro: fingiendo ser República

De este modo las desgracias de esta región de Sudamérica se incrementaron con una imposición de independencia forzosa, y, además, con la triste misión de importar todas las formas sociales nuevas que se daban dentro del esquema democrático, sin siquiera tener tiempo para entender de qué trataba aquella extraña palabra. Como conclusión, hasta el día de hoy éste ha sido un proceso fallido, donde, para complacer a los poderosos, constantemente se ha tenido que acondicionar un sistema legal y organizativo sin vinculación con la realidad, siendo solo una apariencia que contenta a las naciones desarrolladas que exigen la Democracia por sobre todas las cosas. 

Sin embargo, para quien llega a conocer el Perú, es fácil darse cuenta del engaño, puesto que aún superviven las formas y maneras que se daban en la Colonia. Las leyes en esta nación por lo general son letra muerta, pues lo que cuenta es el “quién es quién” y que estas leyes sirvan más bien de excusa para hacer creer que se está en un país donde “todos son iguales”. Pero la realidad es otra. Existe una casta gobernante —visible por sus rasgos físicos, fundamentalmente blancos— muy pequeña pero muy unida, que es la que mantiene sus privilegios principales al margen de lo que dicten las legislaciones. Para ellos la corrupción del sistema es fundamental, pues sin ella tendrían que competir en igualdad de condiciones y para ellos eso sería sumamente desventajoso.  

Sirvientas y sirvientes al escoger

Pero al margen de pasar por encima de todas las leyes —el poblador común da por supuesto que “para los blancos ellas no existen”— también emplean formas de explotación que proporcionan privilegios que solo los muy ricos tienen en los países desarrollados. Se trata de la utilización de las mujeres nativas como empleadas del hogar a quienes, por un equivalente de cien dólares mensuales, las hacen desempeñarse como las antiguas esclavas de los viejos imperios. Su número es abrumador, habiendo solo en la capital, Lima, una aproximado de seiscientas mil de ellas. A esto se suma otro ejército de esclavos nativos varones a quienes este grupo dominante emplea como vigilantes, choferes, asistentes, limpiadores y un largo etcétera, asalariados por cantidades un poco mayores que las de las mujeres pero todos, por supuesto, sin ningún sistema legal que los ampare; el compromiso es solo de palabra y puede durar toda una vida, sin un papel que lo refrende. Es, entonces, un país que mantiene su estructura colonial con apariencia de democracia. Ello explica el porqué del devenir de su política que siempre ha persistido en tener regímenes de derecha que mantuvieran, por sobre todas las cosas, esa esquizofrénica realidad. 

Mirar el futuro pensando en el pasado

Sin embargo hoy, con el avance y la resurgencia de las naciones andinas, notoriamente dada en países como Bolivia y Ecuador, la situación del poder en el Perú parece que por fin, después de cinco siglos, está sufriendo un cambio inevitable e irreversible. Este cambio, contrariamente a lo esperado, no es producto de las leyes sociales teóricas puesto que ello ya se probó hasta el cansancio (siendo su ejemplo más trágico el senderismo, una aplicación forzosa de un marxismo polpotiano bajo el supuesto de ser “científico”). Este proceso se debe aparentemente a una reconsideración de la identidad andina, la cual ha tomado años de evaluación dentro de la propia mente del interesado: el explotado nativo. La migración masiva del siglo pasado alteró sustancialmente el cuadro social haciendo que, quienes eran peones en las grandes haciendas, se convirtieran en los obreros, los artesanos y los empleados que existen hoy en día. Además, a ellos se les han sumado sus hijos y hasta sus nietos, quienes no vivieron la realidad de sus antepasados pero que sienten que el futuro les debe mucho. Ahora son una mayoría electoral determinante. 

Esa visión de futuro sin renegar del pasado andino, ese afán de mantener las raíces dentro de una modernidad tecnológica pero no mental, es lo que está formando una nueva opción civilizacional en esta parte del continente. No se trata de un nuevo modelo democrático occidental, de una rama o un derivado. Quien conoce lo que pasa en estas tierras se da cuenta fácilmente lo lejos que está el pensamiento de Occidente en la ideosincracia del hombre andino. Muchos se dejan llevar por las apariencias, por las formas externas que funcionan como disfraces de modernidad europea-norteamericana; pero lo que no entienden es que detrás de ello existe otra visión del mundo y otro deseo sobre cómo relacionarse con la tierra y con el Universo. 

La espada de Damocles: la rebelión de los “indios”

Lo más fácil, para muchos “expertos”, es recurrir al manual universitario y hacer una rápida calificación sin más estudio. Ese tipo de análisis se hace a cada rato en el país y todos, por provenir de fuentes ajenas a la propia realidad, dan resultados inútiles para conocer realmente el problema. Constantemente se escriben libros que pretenden decirle a los entendidos lo que está pasando, pero la ceguera de solo ver con ojos occidentales las cosas —como si fuera la absoluta verdad— solo entrampa más y aumenta el temor. El reciente proceso eleccionario, donde el candidato del “antisistema” Ollanta Humala (de rasgos y pensamiento “cholo”, palabra genérica para definir a los no blancos de alta clase)) casi llega a la presidencia, produjo un pánico entre los grupos dominantes solo comparable al que ocurrió durante la revolución de Túpac Amaru II, en 1780. La explicación es que, entre los peruanos, todos sabemos del miedo que tienen los blancos a que algún día los “cholos” se decidan a cobrarse la revancha y se abalancen sobre las ciudades para acabar con ellos y tomar el poder. Yo mismo, blanco de clase media, he sentido siempre ese temor desde niño. Lo cierto es que el señor Humala no tiene en verdad una idea clara de quién es ni qué quiere, pero detrás de él se ubica todo un imaginario colectivo que suena, a gritos, a reivindicación, a voltear la tortilla, a cambio, a un “pachacuti” (palabra quechua que significa trastocamiento y reversión profunda del mundo). Es por eso que el proceso político peruano se caracteriza por una ausencia total del elemento ideológico y sí más bien por una constante tira y afloja de acusaciones y reivindicaciones que se remontan hasta el lejano pasado prehispánico.  

El modelo de desarrollo andino

Parece que el reloj ha dado la hora y es el tiempo del cambio. Cualquier proceso democrático que se haga en el Perú de hoy inevitablemente tiene que reflejar esa realidad: el heredero del mundo andino tiene fe en sí mismo, en la lógica de sus ancestros y no le da miedo enfrentarse de igual a igual con la lógica occidental, porque no la ve como enemiga sino, más bien, como una aliada en su autoafirmación. El peruano común de hoy no reniega de su pasado sino que vive orgulloso de él, y quiere que éste vuelva, pero renovado con los aportes propios de esta era, no como antiguo inca, sino como él es hoy. Es esta mirada ansiosa y confiada en el futuro lo que caracteriza al Perú: una mayoría de seres humanos identificados con su origen remoto y creyentes en la promesa que éste les ofrece, muy al margen del esquema occidental que para todos, incluso para el que escribe, es obvio que fracasó. Esta es la luz al final del túnel, una luz propia, nueva, con sabor autóctono y con razones y madurez suficientes para buscar su propia autodeterminación. Pero primero tendrá que superar la pequeña valla que aún queda y que se aferrará con uñas y dientes a su posición de dominio: la casta blanca occidental, hoy aliada a ultranza (por sobrevivencia) con el imperio norteamericano y con cuanto poder extranjero sea posible. Es un asunto de vida o muerte para ellos y este escenario puede que sea explosivo.  

No será a través de un grupo subversivo o mediante las organizaciones campesinas al estilo Bolivia y Ecuador como el Perú adquirirá su nuevo estatus: será por mayoría contundente, aplastante. Si los que hoy todavía detentan el poder —político pero no real— en este país se siguen oponiendo a este proceso verán que los resultados de ello serán tan desastrosos para sus intereses como grande sea su terquedad de continuar en el pasado. 

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