Parafraseando a los iraníes[1], podemos decir que ha muerto una sanguijuela.
Y no cualquier bicho, no. Se trata nada menos que del que fuera llamado en vida (en este caso, su alias) “Sr. Rector, Ing.” Roberto Morales Morales.
La sociedad en que vivimos adolece de muchos defectos, la mayoría de ellos heredados de la época de dominación (y opresión) española. Dos de estas taras son la memoria frágil y la falta de firmeza, especialmente al momento de llamar a las cosas por su nombre (léase hipocresía o el hábito de hablar a media voz). Prueba de ello son los textos escolares de historia, que en su gran mayoría rara vez llaman ladrones a los gobernantes que efectivamente lo fueron, y se limitan a presentar una lista de “obras” realizadas durante su mandato (así el aludido no haya tenido participación alguna en la consecución de la hazaña).
Y ahora se nos pretende presentar al sujeto recientemente fallecido como una especie de héroe y hasta deidad, el que nos “salvó” de la “catástrofe” del 2004, el que garantizó la “estabilidad institucional” de
Francamente, suena ridículo.
Recordemos la cantidad de perversidades que cometió con tal de perpetuarse en el poder, desoyendo las voces de protesta que exigían elecciones democráticas por voto universal para los cargos de Rector y Vicerrectores. Corromper estudiantes (formó una lista “emprendedora” para la elección de representantes estudiantiles, que entró como minoría, los cuales votaron por él a cambio de becas en ESAN, ternos, laptops, prácticas preprofesionales y demás gollerías, sin escuchar previamente a sus votantes), difamar honras, mandar a matones para atentar contra la integridad de los estudiantes, contratar policías con dineros de la universidad (¿recuerdan el ¼ de pollo?) para maltratar (y desfigurar) estudiantes, entregar cargos de las oficinas centrales a los docentes que votaron por él (o que lo apoyaron y apoyan) en vez de dárselos a los más capaces. Además, recordemos los procesos ilegales “disciplinarios” que vinieron después del proceso de lucha de ese año, donde pretendía ser juez y parte (desobedeciendo lo indicado por el Estatuto de
¿No fue acaso entonces que quién provocó el caos fue él? ¿Y para qué? ¿Para contribuir a la mejora académica? ¿Para fomentar
Pero lo más grave es el atraso — si es que no el retroceso — que está sufriendo actualmente nuestra universidad gracias a su pésima gestión. Lo más importante de una institución no es el cemento, sino el factor humano, y definitivamente esto no es prioritario para estos mercachifles de favores. Era coherente que actuara como tal, puesto que era (por lo menos) simpatizante del aprismo (incluso estuvo en la presentación del plan de gobierno del candidato y hoy presidente Alan García, en el 2006), que hoy da muestra de una claudicación total de sus propios principios y la práctica constante de la escopeta de dos cañones. Otra vez, la hipocresía.
Y ahora sus compinches vienen a mostrarse cual si fueran viudas lloronas, marías magdalenas, pero fueron estos mismos personajes quienes, a sabiendas del delicado estado de salud en que se encontraba, impidieron a toda costa su renuncia o vacancia al cargo por incapacidad física para seguir manteniendo sus privilegios, demostrando así su inhumanidad y su falta de escrúpulos, todo con tal de seguir engordando sus bolsillos de forma irregular. Que no nos vengan a echar sus muertos encima, muertos por su irresponsabilidad.
A todo esto, ¿qué debemos hacer? Pues, preocuparnos más por nuestra universidad, enterarnos de lo que pasa, organizarnos nuevamente, eligiendo democráticamente por voto universal a nuestros representantes en los Centros y en
De nosotros depende. Es nuestro deber.
[1] En enero de 1979, el hasta ese entonces Sha (rey) de Irán, Muhammad Reza Pahlavi, de estilo autocrático y prooccidental, además de despilfarrador de las riquezas de su país, huyó de su país tras el triunfo de
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